Insomnio, donde nunca se duerme (5ª parte)

Oí unos pasos a mi espalada. Era Jesucristo On-line. ¿Cómo se las apañaba para estar en todas partes?

- ¿Cómo has entrado? – pregunté – Me aseguré de cerrar la puerta.

- Tal vez deberíamos entregarnos, ¿no crees? – dijo en ese tono tranquilo suyo que me sacaba de quicio.

- ¿A la policía? No sé, sencillamente no me apetece. Aunque digo yo que sería mejor que acabar en manos de Tony.

- Te has tirado a su novia, tío, es normal que esté cabreado.

- Cabreado se queda corto. Ese tío está como poseído – volví a asomarme al ventanal -. Mira por la ventana, ha liberado a toda una jungla sólo para cogerme – cuando me volvía hacia él vi que se había largado. Empezaba a cabrearme, apareciendo y desapareciendo como un fantasma. Lo habría aprendido de mí.

No sabía qué hacer. Me sentía física y mentalmente agotado, así que decidí subir a la azotea y tumbarme allí hasta que se me ocurriera algo mejor. Tiré al vacío la estúpida gorra de capitán. Me quedé hasta ver el amanecer, pensé que después de eso estaría seguro.

Vi un helicóptero policial sobrevolar la zona y disponerse a aterrizar en la azotea. Más de cerca descubrí que quienes lo tripulaban eran Tony y sus chicos, habían robado el helicóptero. Intenté huir de ellos, pero era como correr a cámara lenta. Las piernas me pesaban mucho y no pude recorrer ni un metro antes de que me cogieran.

Me metieron en el helicóptero y me llevaron a <<dar un paseo>>. Pensé que me tirarían con una soga al cuello en plan Scarface, pero Tony tenía otros planes. Volamos hacia las afueras de la ciudad, contemplando el caos que reinaba en ella. Finalmente aterrizamos en unos pozos de petróleo abandonados. Me tiraron al interior de uno de ellos, caí sobre una plataforma metálica. De allí no había salida, sólo un milagro podía salvarme. ¿Y quién mejor para un milagro que un pirata informático llamado Jesucristo On-line?

Esta vez no apareció de la nada, se presentó levitando y posándose suavemente sobre la plataforma. Creía que había terminado de volverme loco, me quedé sin habla.

- ¿Sorprendido? – preguntó entre risas – Creo que ya es hora de que conozcas la verdad.

- ¿La verdad? ¿Eso existe? – empezó a reírse, mi asombro le hacía bastante gracia.

- Entiendo que estés un poco desorientado, es normal. Has llevado una vida de película estas últimas semanas, ¿eh?

- ¿A qué te refieres?

- Vamos a ver, calmémonos. ¿Qué es lo que recuerdas después de que te cayera la maceta en la cabeza?

- Desperté en el hospital. Pude demandar a la señora Ramírez y a Jimmy, pero no lo hice.

- Falso. Eso es lo que te hemos hecho creer.

- ¿Sí les demandé?

- No, no lo hiciste.

- ¿Entonces dónde está el error?

- No despertaste en ningún hospital – permanecí un instante en silencio intentando asimilar lo que Jesús me decía.

- ¿Estoy muerto? – él estalló a carcajadas.

- No hay nadie que no lo pregunte. “¿Estoy muerto? ¿Estoy muerto?”.

- ¿Lo estoy o no?

- No, estás en coma.

- Entonces… ¿esto es un sueño?

- Casi. Es una simulación mental que hemos desarrollado a partir de tus recuerdos, tus emociones, tus pensamientos…

- ¿Qué habéis desarrollado dónde?

- En la clínica donde trabajo. Intentamos despertarte del coma sin tener que pasar por rehabilitación. Antes los pacientes necesitaban un tratamiento que podía llevar años, ahora los avances tecnológicos hacen posible que podamos saltarnos esa parte. Todo esto que has vivido es como un puente hacia el despertar. Imagínatelo como un arco iris, bonito pero efímero. Siempre seguimos el mismo patrón: lo primero que pasa es que eres incapaz de dormir, hiperactividad; lo segundo que pasa es que estás aquí, en un pozo de petróleo, sosteniendo una caja de cerillas, y luego llega el caos - me miré la mano derecha y, efectivamente, en ella llevaba una cerilla.

- Alto, espera. Esto es un poco fuerte, ¿no?

- Tómatelo con calma.

- Pero… anoche hice el amor con Kyra. Es amiga tuya.

- No sólo no es amiga mía, sino que ni siquiera se llama Kyra. Después del golpe sólo has visto lo que has querido ver.

- ¿Y qué me dices de los animales? De Gorila. De Tony.

- Algunos personajes los hemos extraído de tu mente, otros los hemos diseñado nosotros mismos.

- ¿Y tú? ¿Eres real también eres una simulación?

- Soy real en el sentido en el que lo eres tú. Tengo un cuerpo, aunque ahora mismo no lo estoy utilizando. Estoy aquí, contigo. En realidad éste no es mi trabajo, yo me encargo de los diseños gráficos y del mantenimiento de las computadoras. Pero dio la casualidad de que me conocías y la Doctora Aguirre pensó que eso podría ayudar. Normalmente es ella la que se encarga de estas cosas.

- ¿Ese es vuestro trabajo, le dais esperanza a la gente y luego se la quitáis de golpe? En esta “simulación” he experimentado cosas que en mi vida real ni me había planteado. Todo este tiempo he sido mi propio dios y no lo sabía.

- Venga hombre, te he dicho que te lo tomes con calma. Tú te lo has pasado bien y yo me lo he pasado bien, me he tirado a Doña Ramera y ni se ha enterado. Peor ya es hora de volver.

- Si lo que queréis es que salga del coma os vais a quedar con las ganas – saqué una cerilla de la caja y la encendí.

- Imaginé que reaccionarías así.

- ¿No tienes miedo de morir aquí?

- Ya te lo he dicho, esto es una simulación. No es real – sin apartar la mirada de él arrojé la cerilla la fosa llena de petróleo. Antes de que la llama tocara la materia negra todo empezó a estallar. Ya que era mi propio dios, decidí que sería un dios con alas de ángel, eché a volar y escapé de allí. Desde el aire pude ver cómo en vano Tony y Gorila intentaban abatirme a tiros. Una de las bolas de fuego que emergían del suelo los engulló.

Fui a buscar a Kyra, le dije que ya no tenía de qué preocuparse, que el mundo era nuestro. La cogí en brazos y la llevé volando a donde queríamos. Recorrimos el mundo (mi mundo) y visitamos aquellas ciudades que sólo existían en mi mente. Bethelheim, Neópolois, Cyberia… Lugares donde pretendía situar la acción de mis películas ahora me pertenecían, yo era mi propia película. Pero esto no podía durar, y volví a recibir la visita de Jesucristo On-line.

- ¿Te has cansado de divertirte, autista?

- Compréndelo, Jesús. No quiero volver a mi vida de antes.

- Ahora en serio, tío, deberías recapacitarlo. Ahora mismo puedes imaginar bien tu mundo perfecto, pero dentro de poco el aislamiento te atrofiará la mente. Lo empezarás a ver todo borroso y no recordarás el rostro de Kyra, ni siquiera el tuyo, a no ser, claro, que despiertes y vuelvas a verlo con tus propios ojos.

- ¿Cuánto tiempo me queda?

- No mucho. Deberías empezar a hacer las maletas – me dio un par de palmadas en la espalda y desapareció, como siempre. Empecé a pensar y lo cierto es que tenía razón. ¿Qué estaba haciendo, encerrarme en mí mismo? Tras meditarlo durante horas llegué a la conclusión de que quería despertar.

Un segundo después de pensar aquello me di cuenta de que estaba sobre una vía de raíles. De repente, llegó una especie de vagón de los de montaña rusa. Me monté en él. No se movía, pero había un botón en el que ponía <<Salida>>. Lo pulsé. El vagón empezó a avanzar cada vez más rápido, hasta alcanzar la velocidad de la luz. Atrás quedaban Kyra y mi mundo perfecto. Lo vi todo blanco, y después, todo negro.

Lo negro se confundió con las sombras, estaba en una habitación oscura tumbado en una camilla. Tenía unos electrodos enganchados a la cabeza y uno de esos tomadores de pulso en un dedo índice, me los quité. Me levanté y descubrí que lo único que llevaba puesto era un con el sello de la clínica, un símbolo griego. Salí de la habitación y anduve por los pasillos buscando a alguien que me atendiera, pero era de noche y no había nadie.

Legué hasta el vestíbulo, allí estaba una señora en el mostrador que me pidió mis datos y me mandó de vuelta a mi habitación. Me dijo que el tratamiento lo cubría el seguro de mi empresa.

Me tumbé en la camilla, aunque no tenía nada de sueño. No podía dejar de darle vueltas a todo. Me pregunté qué habría sido de Kyra, dónde estaría. ¿En las computadoras? ¿En mi cabeza?

Pensé en lo dura que sería la vuelta a mi deprimente vida. Volvería a levantarme cada mañana a las siete menos cuarto, me mearía encima y en la oficina aguantaría al capullo de mi jefe. Y al salir… bueno, quizá a partir de ahí eso cambiara. Ya no estarían aquellos niñatos esperándome, o por lo menos no esperándome para reírse de mí. Si volvían a aparecer por allí buscando bronca la iban a tener. ¿Y Kyra? ¿Me seguiría dando miedo hablar con ella? Tal vez fuera hora de dirigirle la palabra y averigurar su verdadero nombre.

THE END

(A mis amigos)



Insomnio, donde nunca se duerme (4ª parte)

Dicen que el momento más tranquilo de una pareja es el postorgásmico, pero no todas ellas tienen al acecho un Tony cabreado. Cuando llegó ya nos habíamos prestido, pero un hiperactivo que encima está muerto de miedo a veces no puede evitarlo, y el charco de orina en mis pantalones despertaba sospechas. Tony el Largo me dijo que le había salido un encargo de última hora: robar una maqueta del Titanic de 8 metros largo que los estudiantes de una facultad privada habían construido para conmemorar el centenario de la pérdida del trasatlántico. Esta vez Gorila se apuntó a la fiesta, no nos venía mal su colaboración ya que la maqueta era de hierro y teníamos que montarla en un remolque.

Fuimos para allá. Como siempre hacíamos, esperamos a que Jesucristo On-line nos diera la señal para entrar, coger el paquete y salir, solo que en esta ocasión las cosas serían distintas. Todo iba según lo planeado hasta que conseguimos colocar la maqueta sobre el remolque y la sacamos de la sala de actos, entonces sentí un golpe en la nuca. Tony me había golpeado con su pistola.

Caí al suelo y Gorila me atizó unos cuantos puñetazos, algo así debió sentir aquel niñato en la pelea. Tony me pateó un pare de veces en el estómago y me culpó por haberme acostado con su novia. Después se fueron todos y me dejaron allí encerrado.

Conseguí recuperar el aliento y me incorporé, miré a mi alrededor y sólo veía sombras. Estaba perdido, la policía llegaría de un momento a otro. Entonces, ente la oscuridad que inundaba la sala conseguí distinguir una figura con la espalda apoyada en la pared y las manos metidas en los bolsillos. Era Jesucristo On-line.

- ¿Jesús? Joder, me has dado un susto de muerte – exclamé – Tenemos que salir de aquí, la poli va a llegar de un momento a otro.

- ¿Qué has hecho para cabrear tanto a Tony? No te habrás tirado a Kyra, ¿verdad? – no parecía muy alarmado ante la idea de dar con sus huesos en la cárcel.

- Hablaremos de eso más tarde. Tenemos que salir de aquí.

- Te sacaré de aquí, pero tienes que hacer exactamente lo que te diga

- De acuerdo, ¿qué quieres que haga?

- Quítate la ropa.

- ¿Cómo? – en ese momento no sabía quién de los dos había perdido la cabeza.

- Si vas vestido así Tony y sus chicos te reconocerán enseguida, y cuando vean que estás en la calle y no en un coche patrulla te liquidarán.

- ¿Y la solución a eso es ir por ahí en pelotas?

- Ponte ese traje – señaló al traje de capitán que llevaba puesto un maniquí tras una vitrina.

- ¿Qué dices? No voy a salir a la calle con eso.

- Oye, ¿quieres salir de esta o no?

- Está bien, no entiendo nada pero vale – cuando terminé de cambiarme Jesucristo On-line anuló el dispositivo de seguridad de los conductos de ventilación y nos metimos por ellos. Él no dejaba de llamarme Capitán Frudesa, vaya una gracia. Dejé bien escondida la ropa que llevaba y salimos de allí.

Después nos dividimos y decidí volver a casa, ya me había divertido bastante por aquella noche. Me sentía como un verdadero payaso, pateándome las calles vestido de marinero.

Debía estar a mitad de camino cuando aparecieron Tony y sus chicos, montados algunos en la furgoneta y otros sobre la mismísima maqueta. Tony iba dentro de una de las chimeneas con una M-16 de mirilla láser. Comenzaron a perseguirme y no tuve más remedio que echar a correr. Me metía por esquinas cerradas, por callejones y por bocas del metro, pero cuando salía por otra parte siempre estaban allí esperándome. Entré en el zoológico y me siguieron, abrieron las jaulas de los simios a base de disparos. Los chimpancés, gorilas y orangutanes al verme correr me siguieron calle abajo durante cuatro manzanas. Aquello era surrealista: una avalancha de primates encabezada por siete tipos armados a bordo del Titanic persiguiendo al Capitán Frudesa. Yo no podía más, mis pulmones estaban a punto de estallar y mi corazón botaba entre mi pecho y mi espalada como una pelota de frontón.

Crucé una esquina y para mi sorpresa me encontré con la entrada de las oficinas de la empresa de electrodomésticos. Mi tarjeta-llave me daba acceso al edificio, así que antes de que me vieran entré. Subí a mi despacho en la planta trece, allí estaría a salvo, aunque tampoco podía quedarme, dentro de unas horas abrirían.

Miré por el ventanal. No sé cómo pero ahora todas las jaulas de animales se habían abierto y la ciudad era una jungla descontrolada. Pensé en llamar a la policía, pero no me hubieran creído. Además, rastrearían la línea y descubrirían que llamaba desde las oficinas, algo inusual a las cuatro y media de la mañana. Oí unos pasos a mi espalada.

CONCLUIRÁ...

Insomnio, donde nunca se duerme (3ª parte)

Por primera vez en mucho tiempo saqué del armario mi chaqueta de cuero y mi camiseta y pantalones negros. Después llamé a Jesucristo On-line, pero estaba ocupado terminando una “faena” con Doña Ramera y tardó como diez minutos en salir. Cuando al fin estuvimos listos nos dirigimos a Insomnio, en menos de lo que imaginaba llegamos allí y me presentó a Gorila, el portero del local. Era un tipo grandullón, de al menos dos metros, de raza negra y hombros fornidos. Me estrechó la mano y por poco hizo añicos la mía, le pegaba ese mote.

Entramos en el club y descubrí un mundo que nunca antes había conocido, un mundo saturado de sexo, drogas, contrabando y estallo de tímpanos al ritmo de brakebeat. Siempre había odiado ese tipo de sitios, pero algo me decía que aquella noche, en aquel lugar, dejaría atrás mi vida de esclavo oficinista para convertirme en un dios.

A los platos estaba un tipo al que llamaban DJ Loki, seguro que aguantaba toda la noche en vela a base de pastillas. Subimos unas escaleras repletas de parejas recién formadas sobándose, llegamos a una especie de sala de reuniones y allí Jesús me presentó a Tony el Largo. Parecía un tipo simpático, iba vestido más o menos como yo y llevaba una perilla que le daba cierto toque de los 90, un nostálgico. Era bastante extrovertido, en sólo dos minutos ya me hizo cómplice de sus juegos, pidiéndome un <<enorme favor>>: acompañarle a él y sus chicos a robar en un museo.

Al principio pensé que era una locura, pero cuando me explicaron el plan no parecía tan mala idea. Jesucristo On-line operaría desde una furgoneta con su portátil, anularía el sistema de seguridad y entonces entraríamos nosotros, cogeríamos una lavadora oxidada que algún italiano homosexual exponía como arte moderno y nos desperdigaríamos en la noche. Nada podía fallar, y si fuera así yo contaba con la ventaja de poder reaccionar más rápido que los demás.

Tras presentarme al resto de la pandilla nos dirigimos al Museo de Bellas Artes, tardamos exactamente tres minutos y dieciséis segundos en salir de allí con el paquete, el cual vendimos la noche siguiente a un socio de Tony. Y luego a seguir con el trabajo. Era una rutina diferente, excitante. Cada noche hacíamos lo mismo: entrábamos, robábamos y huíamos. Llevar mi vida al límite era la mejor terapia contra la hiperactividad; las pastillas del Dr. Mendoza tan sólo servían a jugar a encestarlas en un vaso. Nada era como antes. Me movía como un fantasma, podía colarme en cualquier lugar sin ser visto.

Fue una semana cojonuda, todo fue bien hasta que Tony el Largo me pidió otro de sus favores, más sencillo pero al mismo tiempo más arriesgado: cuidar de su novia. Iban a pasar aquella noche juntos, pero un asunto importante hizo que Tony tuviera que ausentarse durante al menos dos horas, así que quería que yo estuviera con ella hasta entonces para que no se aburriera. No sabía cómo interpretar eso, ¿qué quería exactamente que hiciera?

Para bien o para mal, nos quedamos solos. Nos habíamos instalado en el despacho de Tony, en el cual había un cristal que daba a la pista de baile, pero desde el otro lado era un espejo, de forma que podíamos ver sin que nos vieran. Ella estaba sentada en una silla giratoria, yo de pie junto a la puerta. No sabía de qué hablar para iniciar una conversación.

- Te vi pelear con aquel chico – rompió ella.

- Ah, ¿sí? Creía que no me reconociste en el bar.

- Y no lo hice entonces, pero como te he visto mucho últimamente ya caí en la cuenta de por qué me sonaba tu cara.

- Pues ya ves – no se me ocurría nada mejor que decirle.

- ¿Por qué lo hiciste?

- ¿El qué?

- Pegarle a ese chico.

- Bueno, es una larga historia. Siempre estaba ahí, riéndose, a veces tenía la sensación de que se reían de mí. Y simplemente ese día no pude seguir tragándome mi orgullo y exploté.

- Sé lo que es eso, un día de estos yo también voy a explotar.

- ¿Por qué?

- Ya has visto el caso que he hace Tony, ¿no? Sólo le intereso cuando quiere impresionar a sus amigos, para él sólo soy un trofeo – encendió un cigarro y me ofreció otro, pero no fumo - ¿Tú no tienes novia?

- No, hace tiempo que no.

- ¿La trataste mal?

- No, simplemente teníamos aspiraciones diferentes y no funcionó.

- ¿Qué aspiraciones tenías? – Su pregunta me sirvió de excusa para contarle los proyectos que había tenido, lo de querer ser director de cine y acabar trabajando en la jodida empresa. Incluso lo del golpe con la maceta de marihuana. Mis anécdotas le divertían y al menos se le quitó el cabreo que tenía por el plantón de Tony.

Estuvimos intimando un poco. Era una chica genial, no sé cómo pudo acabar con un tipo así. Aunque por otra parte, Tony era un colega. No sabía qué hacer, pero Kyra me ayudó, se levantó y se me quedó mirando fijamente. Intenté esquivar su mirada, pero era muy difícil. Aquellos ojos verdes me atraían como atrae la luz a la mosca, y no pude resistir el impulso. Con besarla me ganaba la expulsión del club, con revolcarme con ella sobre la mesa me darían una buena paliza. Ojala el tema hubiera terminado ahí, era hombre muerto.

CONTINUARÁ...

Insomnio, donde nunca se duerme (2ª parte)

Desperté en el hospital con una extraña sensación, como si me hubieran drogado. Y no me equivocaba, me habían puesto hasta el culo de calmantes (curiosa terapia para alguien que está inconsciente). El Dr. Mendoza me dijo casi de forma autómata que el golpe he había afectado a una zona del cerebro que coordina las glándulas suprarrenales, las cuales se encargan de segregar adrenalina, una hormona que acelera el ritmo cardíaco y aumenta el nivel de glucosa en el organismo. En otras palabras: estaba desequilibrado, hiperactivo. Ya era lo que me faltaba. Tras recetarme dieciocho tipos de medicamentos distintos y mientras sacaba de la nevera de su despacho un bocadillo, el médico me dijo que podía irme a casa.

Al salir a la calle el mundo se movía de forma distinta. Todo parecía igual que siempre, pero había algo en el ambiente que me estremecía, me hacía sentir inquieto. Al llegar de nuevo al bloque me aseguré bien de que no había nadie, no tenía ganas de encontrarme con Osito de Peluche ni de que Doña Ramera me tirara los tejos para que no los denunciara. Metí la tarjeta-llave y entré en el apartamento. Consulté el contestador y escuché el mensaje de mi jefe: estaba de baja médica hasta que me estabilizara. Pensé que era una noticia genial, podría descansar y encima me pagaban. Pero, como de costumbre, mis planes no salieron como creía. Estaba demasiado nervioso, no podía pegar ojo. Las pastillas que me recetó el doctor me dejaban atontado, pero ni con esas conseguía dormir.

Me pasé una semana así, en estado catatónico intentando dormir sin conseguirlo. Por lo menos vivía del cuento. Debía ser miércoles cuando estaba con Jesucristo On-line en el bar de Hassan tomándome una Coca-Cola light sin cafeína. Casi me da un infarto cuando veo entrar a la chica del metro y acercarse hacia nosotros. Para mi sorpresa, ella y Jesús ya se conocían, me quedé aturdido cuando me la presentó. Su nombre era Kyra, era de origen sueco. Le dirigí la palabra un par de veces, ya era algo. Le dije que habíamos coincidido en el metro, pero no me reconoció. Después se fue con bastante prisa.

- Así que ella es la chica que te gusta – dijo Jesucristo On-line

- Sí. ¿Crees que la he asustado?

- No, no. No se ha ido por ti. Su novio es bastante posesivo.

- ¿Tiene novio? – y tanto que si tenía. Su novio era Tony el Largo, uno de los mafiosos para los que Jesús hacía milagros, como el de colapsar el sistema de seguridad de un banco para saquearlo con total tranquilidad, o el de manipular la sincronización de los semáforos para huir con éxito de una persecución policial. Jesucristo On-line me contó que Tony tenía su propio club, una discoteca de mala muerte llamada Insomnio, abierto veinticuatro horas. Me invitó a ir con él al local aquella noche, tenía que hacer un encargo. Yo no estaba muy acostumbrado a ir de marcha, pero, después de todo, ¿qué podía perder? Llevaba diez días sin pegar ojo. Además, si el club era de Tony, seguramente me encontraría allí con Kyra.

CONTINUARÁ...

Insomnio, donde nunca se duerme (1ª parte)

Lo primero que pasa es que eres incapaz de dormir, lo segundo que pasa es que estás prisionero en un pozo de petróleo con una caja de cerillas en la mano, y luego llega el caos.

Corría el año 2012 cuando me ganaba la vida trabajando en una empresa de electrodomésticos; aquello era deprimente. Al igual que muchos otros, he había hecho hombre (por decirlo de alguna forma) creyendo que llegaría a ser un maestro del cine como Kubrick o Tarantino, pero al acabar el instituto tuve que conformarme con hacer un módulo de informática.

Vivía en un incómodo apartamento rodeado de personajes de lo más variopintos: Jesucristo On-line, un pirata informático que trabajaba en una clínica para pacientes con algún tipo de parálisis cerebral; la señora Ramírez, o doña Ramera, como la llamábamos, examante de todo el maldito vecindario; y Jimmy Osito de Peluche, nuestro adorable casero, un tipo gordo que se las daba de elegante con su ridículo traje azul marino y su Rolex de oro de imitación, adicto a la coca y coleccionista de pornografía infantil. Jesucristo era el único que me caía bien, como producto del movimiento neohippy, llevaba el pelo largo y tenía una espesa barba que le daban un aspecto concordante con su alias.

Serían las siete menos cuarto de la mañana cuando comenzó a sonar el maldito despertador. Primero se escucha una especie de eco en el interior del aparato, seguido de un chirrido que se hace cada vez más intenso, hasta que lo quitas. Después te levantas, con los párpados aún pegados, vas al baño e intentas orinar dentro de la taza del water, pero la erección mañanera que tienes debido a las ganas es precisamente lo que te impide apuntar bien y acabas poniendo el suelo perdido. Para colmo, cuando vas a echarte desodorante sigues lo bastante dormido para confundirlo con la espuma de afeitar. ¿Era ésta la vida que quería llevar? Siempre había soñado con conseguir dinero, casarme, tener un par de críos y esas cosas, pero ahora mi única preocupación era no resbalar con mi propia orina y abrirme la cabeza contra el borde de la bañera, aunque tampoco hubiera estado mal.

Tras dar con la fregona en aquella parte del baño, me pegué un duchazo de agua fría, ya que era la única forma de espabilarme. Me afeité, desayuné y me puse los mismos zapatos negros, pantalones marrones con la bragueta descosida, camisa blanca con rayas grises y corbata oscura que todos los días llevaba para ir al trabajo.

Las mañanas se me hacían eternas. Seis horas al día aguantando exigencias de tu jefe, surtidores de agua vacíos, fallos en la impresión de documentos, compañeros que presumen de sus ligues del fin de semana, bolígrafos desechables con la tinta aún congelada… He de estar agradecido, no todos sabemos cuál será nuestro Infierno particular cuando muramos. Para colmo, al acabar la jornada tenía que tragarme las burlas de una pandilla de niñatos que, al salir de clase, no tenían nada mejor que hacer que sentarse en las escaleras de la entrada principal del edificio.

Aquel día estaba a punto de estallar, había tenido una conversación con mi jefe de esas en las que te mandan un trabajo extra para mañana por el que sabes que no te van a pagar, pero tienes que aguantarte y fingir que todo va bien con una falsa sonrisa de conformidad. Cuando por fin salí de allí, medio bocadillo envuelto en papel reciclado cayó justo ante mis pies. Después vi a los cinco niñatos de siempre sentados junto a la papelera, asfixiándose de la risa. Mi intención era pasar de ellos, pero cuando me disponía a irme una manzana me golpeó en la entrepierna. Aquello era demasiado. Cogí la manzana y me dirigí hacia el que me la había tirado, el niñato fofo del labio superior caído. Sin pronunciar media palabra, le estampé la manzana contra su grasienta cara. Me dio un puñetazo en la nariz y respondí empujándolo al suelo y aporreándolo una y otra vez, estaba fuera de mí.

- ¿Qué pasa, ya no te ríes? – le grité mientras él escupía sangre ante la atónita mirada de sus amigos, y mi jefe desde la ventana de su despacho, y todos los que pasaban por allí. Conseguí recuperar el control. Cuando le aticé el séptimo puñetazo me incorporé y solté el cuello de su camiseta, dejando caer su cabeza hueca sobre un escalón. Me ajusté la corbata, recogí mi maletín y lancé una mirada hostil al que parecía ser el líder del grupo. Lo había conseguido, había recuperado mi orgullo.

Cogí el metro para volver a casa, con la cabeza bien alta. Sin embargo, mi ego se vino abajo cuando vi a aquella chica con la que solía coincidir en el tren. Era morena con ojos verdes, siempre leyendo algún libro. Muchas veces me habían entrado ganas de hablar con ella, pero nunca me había atrevido. Es extraño: tienes agallas para enfrentarte tú sólo a cinco adolescentes y al mismo tiempo eres incapaz de dirigirle la palabra a la chica que te gusta. Deprimente.

Estaba deseando volver a casa y contarle a Jesucristo On-line lo de la pelea, iba a partirse de risa, pero al llegar al barrio ocurrió algo. Cuando la zorra de tu vecina está dejándose sobar por el casero frente a la ventana de la cocina para librarse de pagar el último mes de alquiler, un azul y rechoncho codo golea accidentalmente una maceta de marihuana, la cual cae sobre tu cabeza.

CONTINUARÁ...