
Se desató una guerra por el control del planeta. Ambos ejércitos se desgastaban sin conseguir ninguna victoria importante, y durante dos años estuvieron causándose miles de bajas mutuamente. Hasta que un día, en plena batalla, fueron sorprendidos por un nuevo bando: los androides de Novena Generación, que habían estado evolucionando en las grandes ciudades abandonadas. Superiores en fuerza y en tecnología, decidieron intervenir en la guerra no para apoyar a uno de los bandos, sino para aniquilar a ambos.
Por primera vez desde que empezó la guerra, la Resistencia Humana y los Evolved corrían el peligro de extinguirse, de modo que los líderes de ambos bandos acordaron una tregua. El campamento humano de los Páramos del Sur, con el general Broulard al mando, iba a ser el lugar acordado donde reunirse ambos líderes para planificar una estrategia de combate para el primer ataque a los androides de Novena Generación. Sin embargo, cuando el convoy Evolved se estaba aproximando al campamento, una de las torres centinelas empezó a bombardear a los vehículos. Se pusieron a cubierto tras una colina, pero los ataques no cesaron. El general Brouland estalló en cólera, había dado órdenes específicas de que, mientras no se indicara lo contrario, los Evolved fueran tratados como aliados. ¿Quién estaba controlando esa torre? El cabo Johnson.
Johnson ya había sido sancionado varias veces por su falta de disciplina, era un soldado demasiado impulsivo, así que se propuso tomarse en serio su puesto de centinela. Tampoco tenía que pensar mucho, sólo sentarse en su asiento, coger los mandos de la torre y disparar cuando fuera necesario. Por desgracia, su radio estaba averiada y no pudo oír la orden del general Broulad, y su falta de popularidad en el pelotón hizo que sus compañeros optaran por no informarle de nada. Así que esa mañana había hecho lo mismo de siempre: se había puesto cómodo en su asiento y en su reproductor metió su música favorita, New Order. De modo que cuando vio acercarse un convoy extraño, hizo lo mejor que sabía aquello para lo que le habían instruido: aplastar, matar y destruir.