El Gran Desafío (parte 6)

27min para la erupción

Llegamos a un lugar seguro. Sabía que no debía, pero estaba tan alterado que me puse a gritar como un loco.

- ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! Esos cabrones sabían dónde estábamos. Hay alguien que le está soplando información al alcaide y los caníbales lo están recibiendo con los ordenadores. Joder, tenemos un infiltrado y Sujumi ha pagado el pato.

- Eh, tranquilízate – dijo Norman intentando apaciguarme -. No hay ningún infiltrado. Si lo hubiera lo sabría.

- Venga ya. Tampoco sabías lo de la trampa del alcaide – me detuve un instante a reflexionar -. Un momento, eres tú, cabrón. Te han metido aquí para que muramos todos. Has sido tú quien ha delatado nuestra posición tirando el chaleco al suelo.

- En esta isla corro el mismo peligro que vosotros. No estoy aquí por voluntad propia. El jersey lo tiré porque me estaba asfixiando, las temperaturas aquí son muy distintas a las del hemisferio norte.

Oí la voz de Eveline a mi espalda.

- No voy a permitir que ninguno de vosotros se quede con mi libertad condicional. – Nos volvimos y la vimos sosteniendo una lanza con expresión amenazadora. Al ver mi cara de asombro continuó - ¿Qué creíais, que era la típica chica desvalida? “Jesús, protégeme de este violador”. Habéis picado todos.

- Estás hecha una verdadera zorra – le dije.

- Sí. Durante dos meses he sido la zorra del alcaide a cambio de su promesa de que saldría de aquí con vida. Me lo he ganado.

La miré fijamente a los ojos. No porque me hubieran herido sus palabras, sino para hacerle creer que era así, para distraerla. Al mismo tiempo, Simon se acercaba lentamente hacia ella por su espalda. No era estúpida y se dio cuenta, pero no fue lo suficientemente rápida. Simon la tiró al suelo de un empujón y le quitó la lanza. Después echamos a correr y la dejamos sola. Tuvimos suerte de tomar esa decisión, pues si nos hubiéramos quedado a matarla los caníbales que en ese momento se aproximaban hacia nosotros nos hubieran hecho picadillo. Corrimos hasta quedarnos sin aliento. Entonces oímos un chapoteo de agua. Avanzamos un poco más y vimos dos canoas atadas en el río, junto a una pequeña cascada.

9min para la erupción

Tras lavarnos e inflarnos a beber agua nos montamos en una de las canoas y comenzamos a remar. Los caníbales nos descubrieron. Nos lanzaron fallidamente unas cuantas lanzas. Cuatro o cinco de ellos se montaron en la canoa que quedaba y nos siguieron río abajo. Llegamos a la desembocadura del río y vimos sobre la playa el mismo helicóptero que había arrojado a Norman, se disponía a recoger a Eveline, que intentaba alcanzarlo dando saltos. Cuando consiguió montarse cogí el portátil y programé el satélite para que derribara el helicóptero. Una bola de fuego como la que desintegró a Billy Boom produjo una tremenda explosión. La isla empezó a temblar y vi una espesa nube negra en la cima de la isla.

Erupción inminente

La lava emepezó a emerger del cráter abrasando todo lo que alcanzaba. La imagen era dantesca. El río rojo bajaba por la ladera atravesando la selva, y pronto alcanzaría el mar. Teníamos que alejarnos de allí lo antes posible o nos coceríamos vivos.

Norman y Simón remaban como locos, mientras los caníbales nos pisaban los talones. La operación que realicé para destruir el helicóptero había devuelto sin querer la conexión del satélite al alcaide, así que cuando éste recibió la imagen de las dos canoas alejándose de la isla disparó contra la primera que tenía a tiro. Todo se volvió negro.

De entre el humo de la explosión y el vapor que provocaba la lava salimos con la canoa remando asfixiados. Recuperé el control del satélite y cogí el remo de Simón, estaba agotado. Continuamos remando todo el día, bajo aquel sol infernal. Al anochecer dimos con tierra firme. Según el satélite estábamos en algún punto del Congo. Nos bajamos en una zona con mucha vegetación. Entre la maleza pude ver a un puñado de negros en taparrabos que nos observaban. Yo ya me resignaba a morir, no tenía fuerzas para seguir luchando.

Afortunadamente aquella tribu no tenía nada que ver con la de la isla. No querían atacarnos, sino socorrernos. Les incomodaban las pinturas de Simón, lo que me hizo suponer que conocían las malas costumbres de aquellos cabrones. Le dije que se las quitara. Pasamos la noche con aquella gente, eran de lo más enrollados. Incluso nos montaron una fiesta y todo para celebrar nuestra visita. Norman le ofreció su gabardina al jefe de la tribu a modo de agradecimiento. Nos dieron provisiones para que viajásemos a pie hasta Zaire, ya desde allí intentaríamos volver a casa como inmigrantes ilegales. Otra aventura nos esparaba.

THE END

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